Un espejo roto en mil añicos…
Un ojo verde botella reluciendo bajo el resplandor del amanecer…
Una canción de amor que se hace trizas en el reproductor, chillando cual pardela en risas hirientes que me resquebrajan de lado a lado…
Una imagen… Tu imagen…
El fantasma que me aterra cada noche, que me despierta en cada alba, el que me consume durante segundos eternos en una atracción demoníaca que podría llevarme hasta el mayor de los abismos…
Y ya no estás… Pero siempre seguirás estando…
Y aunque me he esmerado día tras día, año tras año, aunque he equipado mi corazón con escudos, armaduras y hasta enormes muros de piedra, nada es capaz de detenerte; nada es capaz de hacer que mi sangre se congele dentro de mis venas y deje de bombear para el fin de los días. Y ésta, querida ánima, ésta sería la única forma posible de detener el ardor de mi cuerpo, de mi alma, de mis noches… La única manera de olvidarte, si es que el olvido existe más allá de la distancia que traza el averno entre tú y yo.