06 abril 2013

Requiem por la esperanza

Dicen que uno no echa de menos lo que nunca ha tenido. Así que supongo que alguna vez te tuve. Si no, no me explico esta humedad que se apodera de mis ojos cuando, de repente algo me susurra que exististe...

¿Y qué es eso que extraño tanto como para que se me atragante el corazón y se me vacíe por completo toda la sangre del cuerpo en un instante?

Quizás sea la esperanza. Puede que sea la esperanza lo que añoro y que se ha ido contigo para siempre. Sí. La esperanza del tiempo por recuperar. La esperanza de una copa de ron para mí chocando en un bríndis con la tuya de whisky. El deseo, callado y sepultado por toneladas de autoprotección, de que algún día brindaríamos sobre un enorme borrón que nos abriría la puerta a la cuenta nueva. Una cuenta que nunca podía parecerse a la anterior -a las pérdidas me remito-, pero que sería una cuenta al fin y al cabo. Una cuenta de tiempo por vivir, una cuenta de historias por contar.

Pero, tras la muerte... Tras la muerte nada cuenta. Tras la muerte no hay bríndis que valgan. No hay tiempo, no hay esperaanza, no hay nada. Tras ese adiós hay solo vacío. Solo hay una añoranza vacía de un vacío inmenso por llenar y que quedará para siempre oscuro y negro, sumergido en sus millones de ausencias, absorviendo toda luz a su alrededor; válido únicamente para recordar que, en el lugar que hoy queda vacío, tuvo un día que haber algo que formara ese hueco. Aunque fuera tan solo la esperanza, hoy perdida para siempre, de llenarlo...