20 julio 2008

Dolor

¿Por qué tuve que vivir? Si todo indicaba que mi camino se debía truncar antes incluso de ver la luz de la vida. ¿Por qué, entonces, tuve que vivir? ¿Por qué, si no pasaron demasiados años desde que la muerte empezó a reclamarme, tuve entonces que seguir viviendo? ¿Por qué? ¿Por qué tú y no yo? ¿Cuál fue el daño tan irreparable que en algún momento cometí, para que el destino me condenara a la desdicha de la vida? Mientras, a ti te salvó del naufragio eterno que es seguir viviendo. A ti te llevó consigo, en aquel manto tan negro como eterno en su paz. A ti te llevó al otro lado del precipicio. A mí no. A mí me fue abandonado una y otra vez en esta cuneta sin salida. A mí me dejó en este lado del abismo condenada a romperme la garganta gritando tu nombre. Condenada a ver mi mirada perderse en la negrura de tu ausencia cada vez que de puntillas trato de divisar una forma de seguir viviendo. Y creen muchos que fuiste tú el condenado, condenado a muerte por tus daños. Mas no hay mayor condena que la que desde entonces pesa sobre mis hombros. La condena de morir vagando, olisqueando inciensos de esperanza en esquinas en las que sólo arde el olvido. Tratando de revivir el sabor de tu boca en cuartos de baño tapizados a rayas de martirios. Arrastrándome por calles que giran y que se pierden y que me conducen siempre al mismo punto del camino. A este punto en el que quiero hundirme para de una vez dejar de sentirlo.

05 julio 2008

Poco

¿Qué se le puede contar a la luna cuando las palabras parecen congeladas en una eternidad muda y estéril? ¿Qué excusa se le da al corazón para que se olvide de latir un día más? ¿Le digo que el fuego es tan sólo un espejismo? ¿Cómo hacerlo si sólo su roce abrasa las pieles más curtidas?

Hay poco ya que hacer con este corazón maltrecho. Hay poca vida que arrancarle a bofetadas, pues cada golpe ha endurecido con mayor fuerza su estructura y hoy parece tan sólo una estatua de sal en la que se intuyen las grietas de su pasado.

Hay pocos suspiros ya que puedan escaparse de las profundidades de las cavernas. Porque la luz del sol hace años que apagó su brillo y el viento tiene miedo a adentrarse en las penumbras.

Hay poco ya para mostrar, pues existe demasiado olvido removiendo emponzoñado los silencios del pasado.