14 marzo 2008

Un final

Trató de darse la vuelta para volver a conciliar el incomodo sueño entre los tres pequeños asientos de turista que había logrado ocupar al final del avión. Apoyó la espalda contra la pared del aparato y cerró los ojos con las piernas estiradas bajo la fina manta azul que le había dado la azafata.

Entonces, un respingo. Y luego otro. Y el mundo comenzó a bailar bajo su cuerpo. La señal de alerta para abrocharse los cinturones hizo saltar a más de mitad del pasaje, ya asustado por el vaivén del aparato. Pero ella seguía en calma. Bajó los pies al suelo y abrochó su cinturón mientras las mascarillas de oxígeno saltaban desde el techo aumentando el bullicio y los gritos que comenzaban a convertirse en un eco repetitivo.

Otro salto. Un empujón. Las maletas rodando por el pasillo tras salir despedidas de los compartimentos. Un tirón. Otro salto. Y la velocidad agigantándose por segundos. Su cuerpo, colgando del cinturón recién abrochado, se había quedado tan manso como el de un muñeco de trapo.

Para ella ya no había avión. Ya no había vuelo, ni maletas, ni pasaje, ni cinturón. Ella ya sólo podía ver el rostro dorado y terso de él. Su sonrisa deslumbrante llenando cada rincón de su visión. Sus brazos abiertos ante ella. Cerró los ojos y suspiró profundamente. Al fin, sería libre. Al fin le volvería a ver.

Y mientras el avión se hundía con ella y su futuro en las profundidades del océano, su alma se aferraba con fuerza a aquel abrazo que la recibía manso y cálido en el infinito. Abrió los ojos y allí estaba él. Al fin. Más vivo que nunca, suyo en la muerte que sí dura para siempre. Suyo en las profundidades de la eternidad.

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