La paz. Esa que da la autosuficiencia. La que se consigue cuando el corazón alcanza la plenitud de sentirse feliz consigo mismo. La que otorga la libertad de poder ver el mundo con la claridad de unos ojos cristalinos que han logrado limpiar su alma a base de lucha y de esfuerzo. A base de vivir sufriendo.
Sí. La logré. Quizás no dure más que este instante. Pero, ya sé lo que es sentirla.
Sí. La paz es esto. Es estirar los brazos en mitad de la soledad de una noche de lluvia y sonreír. Es mirar a tu alrededor y ver tan sólo vacío, escuchar tan sólo el silencio y sentir que no es necesario nada más. Es no sufrir por las ausencias, sino, por el contrario, disfrutar de mi propia presencia.
La paz es descubrir cuánto necesitaba estar conmigo misma y de pronto tenerme. La paz es este minuto de regocijo, este momento en el que descubro que hoy he sido capaz de quedarme en la oscuridad y no ha ocurrido nada.
O sí. Sí ha ocurrido. Ha ocurrido que mi alma se expandido por ella, por esta oscuridad vacía de la noche, y me he sentido plena y he brillado con luz propia, llenando hasta el último recoveco oscuro de esta noche en calma. Hoy ha ocurrido, la paz de no necesitar, de no requerir más que mi propia sonrisa. La paz de, al fin, tras tantos pasos andados, sentir que estoy en paz.