28 noviembre 2007

El secreto de las ninfas

Aún no sé cómo el abrazo amistoso se transformó en caricia
furtiva, ni cómo la complicidad convirtió en besos las sonrisas. Sólo recuerdo que mis labios se dejaron arrastrar por el embrujo de su boca pequeña y sonrosada, y que en unos instantes el mundo entero se transformó en pura sensualidad.

El tacto suave de sus manos bajo las sábanas elevó mi cuerpo
hasta las estrellas con una dulzura jamás conocida, atándome a las ansias de sumergirme para siempre en el mar de seda de su piel y quedarme flotando en el brillo de sus pupilas.

Y la vi convertirse en ninfa ante mis ojos. Su rostro se iluminó cual estrella de oriente mientras mis dedos buceaban en la humedad de sus entrañas. Y quise más.

Y mientras su lengua dibujaba círculos ardientes alrededor de mis senos, sentí que el ritmo de mi deseo cabalgaba hasta un desenfreno irracional que clamaba por desatarse en cada poro de su piel.

Y la timidez dio paso al olvido y el olvido a la lujuria de amar al ser sin géneros ni prejuicios. Y nos convertimos en luz por un instante, mientras tocábamos el cielo envueltas en un calor insólito para
nuestros sentidos. Y vibramos, como jamás creímos que podríamos hacerlo, para luego caer rendidas en un sueño jadeante del que quizás esperábamos no despertar…

Hoy, tiempo ha, nuestras miradas distantes se cruzan evitándose
como las de dos desconocidas, ocultándole al mundo una pasión secreta. Una pasión tan intensa que atemoriza. Una pasión que se desata muda con el simple roce sus dedos sobre mi nuca y que espera amordazada en las entrañas a ser asesinada por el tiempo.

Hoy, nos miramos con el deseo atragantado y huimos en busca
del silencio para contarle que no sabemos cómo el abrazo se convirtió en caricia, pero que aún sigue vivo el sabor de aquellos besos surgidos de sonrisas.

20 noviembre 2007

Bucle

El crepitar de la noche calmó su llanto. Un llanto seco de años durmiendo en el silencio del olvido forzado. Su mente entró en torbellino, sumergida en aquel sonido cíclico que la ensordecía procedente de lo más profundo de su cerebro.

Susurros. Eran gritos en susurros. Chillidos susurrados a gritos en su mente. Y no la dejaban pensar.

Tiene que parar. Y abrió el cofre de madera que dormía en su mesa de noche. Y las sacó. Las sacó todas. Las que llevaba años guardando una a una para cuando llegara el día. Para cuando llegara aquel día en que se decidiese al fin a acallar los gritos de su cabeza.

Y se las metió de un puñado en la boca. Y las masticó, sin importarle su sabor amargo. Y se las tragó. Se las tragó sin pensar porque los sonidos de su cabeza no la dejaban pensar.

Y de nuevo se sumergió bajo las sábanas y dejó que las lágrimas saliesen al fin al exterior y mojasen sus mejillas y sus labios.

Y se durmió. Se durmió mientras veía por última vez el fuego de la ira en aquellos ojos. Se durmió y oyó como poco a poco se alejaban los gritos. Sintió como poco a poco se calmaba el dolor de sus heridas. Vio como poco a poco se desvanecía para siempre aquel puño cerrado sobre su cara.

Y se durmió para siempre sin conocer el mundo. Y se murió para poder dormir, cuando aún no había vivido.

Sólo tenía trece años.


20 de Noviembre.
Día Mundial contra el Maltrato Infantil.

12 noviembre 2007

A verlas venir

Llevo doce días mirando la marea moverse. Los doce días que he pasado sin contaros los devenires de esta playa. Y aún no tengo clara cual es la situación en la que nos encontramos mis pequeños compañeros de soledad y yo.

El futuro se acerca a la velocidad de la luz hacia esta costa. Un futuro que habla maravillas de sí mismo, pero sobre el cual sólo tenemos la incertidumbre del misterio.

Se avecinan cambios. Cambios que pueden convertir esta pequeña bahía en una costa llena de luz, de colores, de alegría y de sorpresas, pero que también puede suponer la destrucción de toda su magia.

Las botellas llegan a diario cargadas con mensajes contradictorios. Alguna de ellas ha presagiado incluso la destrucción de mi casita de piedras volcánicas. Otras hablaron de convertirla en una casa más grande.

Finalmente me pudo la incertidumbre y uno de mis conjuros me puso ante el mismo Neptuno. Sí, a tanto me atreví. Y le pedí explicaciones de sus actos y él me prometió paz.

Pero, este Neptuno nuevo, renacido y coronado de la sal marina, puede ser tan sólo un títere a las órdenes de Cronos o incluso de Hades y de ahí la desazón de mis pequeñas criaturas y la mía propia.

Hasta la pequeña sirena anda muda y sumergida en suspiros ahogados, allá en su piedra solitaria. No habla, ni mira, ni ríe ya siquiera. Y eso que los vientos unieron nuestros corazones como jamás sospechamos que lo harían.

Pero el miedo flota en el aire. Porque los cambios siempre despiertan al fantasma de los miedos y luchar contra él es casi siempre una batalla perdida.

¿Será cierta la promesa del Dios del mar? ¿Reinará la paz en este nuevo reino sin tiburones ni ratas? Sólo Cronos tiene esa respuesta y no piensa adelantar un ápice de sus secretos, por mucho que mi hoguera arda entre pócimas y conjuros tratando de adivinar el destino de esta playa.

Aquí seguimos, exploradores, observando el movimiento de las olas, a verlas venir sin más, porque no queda de otra.