Ser mujer, ese título honorífico que lleva emparejadas tantas
virtudes y tantos defectos. Ser mujer es ser suave, es ser dulce, ser
frágil y delicada. Pero, también implica ser misteriosa, ser complicada,
hablar un lenguaje propio con el cual lo dicho sepulte lo sentido y
enmascare lo pensado de un modo tan sutil que lo sentido y lo pensado
deba ser adivinado sin pista alguna para ello.
Ser mujer debe hacernos sentir heridas si no somos entronadas por el
hombre por encima de sus propias necesidades y deseos. Ser mujer es una
pretensión constante de que nuestros sentimientos y emociones tienen más
derechos y virtudes que las de cualquier hombre. Ser mujer es decir
"no" cuando queremos decir "tal vez", es decir "tal vez" cuando queremos
decir "sí" y sentirnos incomprendidas si nadie nos comprende.
Ser mujer es competir continuamente por ser la única mujer, es
enredar con la mirada y las palabras, es chantajear con el llanto y
conseguir lo inalcanzable con un gesto de indignación y dignidad herida.
Ser mujer, señores, ¡qué difícil es ser mujer!
Por eso, probablemente, muchos se sorprenden de la masculinidad de
esta mujer. Porque yo soy mujer, sí, tengo cuerpo de mujer, muy mujer
diría yo, y me muero en suspiros por los hombres, por casi todos los
hombres. Pero, no sé mentir, ni ocultar, ni fingir, ni enredar, ni
chantajear, ni "explotarme" como mujer.
No sé decir una cosa que no diga lo que pienso y esconda lo que
siento, esperando además que todos entiendan cómo siento y cómo pienso.
No sé decir "no" ni "tal vez" cuando quiero decir "sí". No, yo digo "sí,
sí, por supuesto que sí". No sé leer entrelineas lo no dicho, buscando
lo que nadie quiso decir.
No me ofendo cuando no me entienden, me vuelvo a explicar. No espero
que me traten mejor ni que me monten en una burbuja de halagos y piropos
por tener dos glándulas mamarias adornando mi figura.
Mi suavidad, mi dulzura y mi delicadeza no van más allá de lo que
pueda reflejar mi rostro de niña o mi voz infantil. Mis maneras son
firmes, enérgicas; mis palabras, tan exactas como toscas o tajantes; mis
modales, dudosos, pero totalmente sinceros.
Nunca espero que adivinen mis deseos, sino que pido por esta boquita.
Y no considero que haya nada en mis senos, mis ovarios o mi vagina que
me haga merecedora de más consideración, respeto o complacencia que a
otro ser humano dotado de otros atributos sexuales.
Cuando quiero reír, río; cuando tengo ganas de llorar, lloro; cuando
alguien me hace daño, se lo digo, de forma clara, sin artificios y
explicándole el motivo. Cuando estoy contenta, lo demuestro; cuando no
lo estoy, también. Pero, siempre sin esperar el contento o el
descontento ajeno por correspondencia.
No sé hacer trampas, ni poner caritas, no sé sonrojarme sin
vergüenza, ni fingir los orgasmos. Y sí, cuando quiero sexo, lo pido, lo
ofrezco y lo disfruto sin pudor ni tabúes. Y no necesito llamarlo amor
para ello.
¿Soy mujer? Ya no estoy segura... De lo que no me cabe duda es de que
cualquier mujer que lea esto se puede sentir ofendida, a no ser que sea
tan poco mujer como lo soy yo...