Aún no sé cómo el abrazo amistoso se transformó en caricia
furtiva, ni cómo la complicidad convirtió en besos las sonrisas. Sólo recuerdo que mis labios se dejaron arrastrar por el embrujo de su boca pequeña y sonrosada, y que en unos instantes el mundo entero se transformó en pura sensualidad.
El tacto suave de sus manos bajo las sábanas elevó mi cuerpo
hasta las estrellas con una dulzura jamás conocida, atándome a las ansias de sumergirme para siempre en el mar de seda de su piel y quedarme flotando en el brillo de sus pupilas.
Y la vi convertirse en ninfa ante mis ojos. Su rostro se iluminó cual estrella de oriente mientras mis dedos buceaban en la humedad de sus entrañas. Y quise más.
Y mientras su lengua dibujaba círculos ardientes alrededor de mis senos, sentí que el ritmo de mi deseo cabalgaba hasta un desenfreno irracional que clamaba por desatarse en cada poro de su piel.
Y la timidez dio paso al olvido y el olvido a la lujuria de amar al ser sin géneros ni prejuicios. Y nos convertimos en luz por un instante, mientras tocábamos el cielo envueltas en un calor insólito para
nuestros sentidos. Y vibramos, como jamás creímos que podríamos hacerlo, para luego caer rendidas en un sueño jadeante del que quizás esperábamos no despertar…
Hoy, tiempo ha, nuestras miradas distantes se cruzan evitándose
como las de dos desconocidas, ocultándole al mundo una pasión secreta. Una pasión tan intensa que atemoriza. Una pasión que se desata muda con el simple roce sus dedos sobre mi nuca y que espera amordazada en las entrañas a ser asesinada por el tiempo.
Hoy, nos miramos con el deseo atragantado y huimos en busca
del silencio para contarle que no sabemos cómo el abrazo se convirtió en caricia, pero que aún sigue vivo el sabor de aquellos besos surgidos de sonrisas.