31 mayo 2015

Dime, papá

Cuando el mundo entero se me viene encima, no me deja fuerza siquiera para llorarlo en versos. Cuando siento que no hay paz, que no hay futuro, que no hay sueños ni esperanzas, que nada merece la pena, el alma se me achica y se arrincona en mi cuerpo, angustiada y aplastada por el peso de la desolación. 

Cuando eso ocurre el aire se vuelve tan denso como un lago de arenas movedizas y siento que me hundo en él, sin encontrar ramas o piedras a las que agarrarme. 

Ese instante de terror en el que ves que todo se pierde, en el que no encuentras ni tiempo ni espacio para nada más, ni siquiera para una misma; ese es el instante crítico, el momento en el que los pros y los contras aparecen frente a tu rostro y hay que tener mucho valor para dar más peso a los pequeños pros que a los enormes, aterradores y omnipresentes contras que se empeñan en destruirte. 

Ese mínimo instante, esa milésima de segundo, es el que marca la diferencia en nosotros mismos, es el que me pone en el brete de si seguir o claudicar. Ese instante de horror es el que me hace entenderte mejor que nadie, papá. El que me hace comprender lo fácil que sería seguir tus pasos y su senda y lo difícil que es quedarnos aquí y aguantar las embestidas de una tormenta tan desoladora que pareciese que jamás va a dar paso a la calma. 

Y ahora dime, ¿lo hará? ¿Sirve de algo? ¿Sigo o te sigo? 

Dímelo, papá. 

24 abril 2015

Encarando a la tormenta


Hoy tengo ganas de contarle al mundo que se puede vivir en mitad de las tormentas. Que aunque el cielo ruja endemoniado y los vientos soplen intentando arrasarlo todo en todas las direcciones, siempre es posible mantenerse a salvo, resguardado y seguro. Lo único necesario para ello es que nuestro corazón sea capaz de expandirse y salir de nuestro cuerpo, convirtiéndose en un refugio cálido y fuerte, con la resistencia suficiente para contener en su interior a nosotros mismos y a todo aquello a lo que amamos.

Eso es lo que el devenir de mis días, arrastrando los pies por la arena de mil playas recónditas, ha conseguido hacer conmigo. Porque los años resultan a veces siniestros y la penumbra muchas veces se empeña en acompañarlos. Pero no es una desgracia. Bien al contrario, es el caldo de cultivo sobre el que se consigue forjar un alma de hierro, un espíritu acorazado contra las funestas embestidas del destino. Y así, nuestro ánimo se torna estoico, tenaz, recio, hercúleo incluso. Capaz de soportar erguido los más virulentos ciclones. Y más aún, de contener en sí el corazón de quienes ama, para protegerles de cuantas guerras y miserias se empeñe el mundo en enviarles.

Y a veces cansa. Y a veces duele. Y es posible que mil veces sienta que esta guarida de socorro, que he levantado en medio de la desolación, puede estar a punto de resquebrajarse en mil pedazos y dejarnos a todos a la intemperie, expuestos a la crueldad de los que no son capaces de amar. Pero no es posible que eso ocurra, porque nunca la vileza será capaz de acabar con la nobleza, porque ningún sentimiento de ignominia podrá jamás destruir las rocas que se forjan a base de integridad, lealtad, conciencia y dignidad. Porque jamás el mezquino entenderá los entresijos de la benignidad, cuyas fibras e hilos se tornan vigas invulnerables y persistentes a cuantas estocadas provengan de la miseria humana.

Así que, olvídalo, demonio. Entiéndelo, serpiente. Puedes seguir intentándolo cuantas veces quieras, que un corazón de ira no tiene alma, y sin alma no se puede acceder al reino de la bondad.

15 septiembre 2014

Malvivir conmigo

¿Por qué me atormentas? ¿Por qué? ¿Por qué te empeñas en aparecer cuando nadie te ha llamado? ¿Por qué si no tienes ningún motivo para visitarme? O los tienes todos, como siempre. Ni más ni menos. Porque nada cambia en realidad, porque los motivos para que te empeñes en llenar de oscuridad mi mente, mi alma, mi sueño y mis días son los que siempre ha habido.

Pensaba que teníamos asumido esto. Pensaba que por fin te habías dado cuenta que por mucho que te empeñes en abalanzarte sobre mi sosiego para devorarlo, siempre soy capaz de esquivar tus dentelladas y poner a salvo mi cordura de tu devastadora maldición. Pero no. No te queda claro... Sigues insistiendo en apoderarte de mis entrañas, en subir por mi estómago reptando cual culebra maldita y en salirme por los ojos a borbotones y sin permiso...

Sigues empeñada en condenarme a la sombra nefasta de tu amargura. Sigues resurgiendo una y otra vez de tus cenizas, por muchas medidas que tome para contenerte...

Otra vez estás aquí. Otra vez instalada en esa fina línea que separa mi razón de mi locura. Agarrándote como una sanguijuela despiadada al más mínimo resquicio de sangre que brote de cualquiera de mis miles de heridas sin cicatrizar. Absorbiendo mi paz, desalentando mis ilusiones, invadiendo de desesperanza hasta el último rincón de mi corazón.

Y, ¿sabes qué? Estoy muy cansada. No sé cuánto tiempo más podré mantenerme en equilibrio, haciendo malabarismos para seguir deshaciéndome de ti a cada paso... Con el eterno retumbar de esa voz, cada vez más débil, que sigue repitiendo cansada y sola un "algún día" que nunca llega.

No sé si podré combatirte para siempre. No sé si seré capaz de echarte una vez más de mí. Quizás soy yo la que debería asumir que tu presencia ha estado siempre y siempre estará, que no habrá nada ni nadie que logre limpiar y sellar del todo los oscuros huecos de mi alma en los que te empeñas en esconderte; que no hay modo de acabar con la ponzoña de la que te alimentas, pues forman parte de mi ser desde el mismo día en que tomé consciencia de la vida.

Puede que simplemente tenga que aprender a vivir contigo...

03 diciembre 2013

Postales desde el averno


Un espejo roto en mil añicos…

Un ojo verde botella reluciendo bajo el resplandor del amanecer…

Una canción de amor que se hace trizas en el reproductor, chillando cual pardela en risas hirientes que me resquebrajan de lado a lado…

Una imagen… Tu imagen…

El fantasma que me aterra cada noche, que me despierta en cada alba, el que me consume durante segundos eternos en una atracción demoníaca que podría llevarme hasta el mayor de los abismos…

Y ya no estás… Pero siempre seguirás estando…

Y aunque me he esmerado día tras día, año tras año, aunque he equipado mi corazón con escudos, armaduras y hasta enormes muros de piedra, nada es capaz de detenerte; nada es capaz de hacer que mi sangre se congele dentro de mis venas y deje de bombear para el fin de los días. Y ésta, querida ánima, ésta sería la única forma posible de detener el ardor de mi cuerpo, de mi alma, de mis noches… La única manera de olvidarte, si es que el olvido existe más allá de la distancia que traza el averno entre tú y yo.